El Vittoriale degli Italiani es un monumental palacio compuesto por un complejo de edificios y jardines que Gabriele D’Annunzio encargó al arquitecto Giancarlo Maroni en 1921, para celebrar las hazañas del llamado Vate (Profeta) y las fuerzas italianas durante la Primera Guerra Mundial. Allí pasó los últimos años de su vida, solo, apartado, pero también temido. D’Annunzio, el libre. Sus ideas, siempre revolucionarias, su estética, siempre atractiva, habían influenciado determinantemente en Mussolini y sus seguidores, pero el dictador fascista nunca había logrado que formara parte de sus gobiernos, que tuviera un cargo público. D’Annunzio, el incontrolable. En el Vittoriale moriría en 1938 y sería enterrado junto con algunos de sus queridos legionarios que lo acompañarían en la Empresa de Fiume, una de sus muchas hazañas de un hombre complejo y poliédrico.
Nació en 1863 en Pescara, en el seno de una familia adinerada, siendo el tercero de cinco hermanos. Su infancia fue feliz, destacando pronto por una vivaz inteligencia y sensibilidad. Ya de adolescente daría muestras del carácter que le llevarían a consagrarlo como uno de los mayores poetas de la literatura italiana. Así, a los 16 años publica su primer libro de poesía, Primo Vere, que recibe críticas entusiastas y pronto se convierte en un éxito de ventas, en parte porque el propio D’Annunzio difundió la noticia de su propia muerte, lo que necesariamente llamó la atención del público italiano. Así, el joven poeta también se revelaba como un creador de fake news avant-la-lettre. Estudiante brillante, en 1881 empezó los estudios en la Facultad de Letras de la Sapienza romana, aunque nunca los terminó.
Una juventud turbulenta
Los años en Roma serán fundamentales en la vida de D’Annunzio, en una ciudad efervescente que desde hace poco más de una década que se ha convertido en la capital de la nación unificada por Garibaldi. Y en medio de todo este bullicio, D’Annunzio se siente como pez en el agua. Lleva una ostentosa vida de lujo, lo que le lleva a sufrir serias penalidades económicas que lo obligan a ejercer de periodista. Da rienda suelta a su insaciable apetito sexual, dejando embarazada a Maria Hardouin, nada menos que la hija del duque de Gallese, lo que le lleva a casarse con la futura duquesa. Con Maria Hardoiun acabará teniendo tres hijos, pero la pareja está muy lejos de ser feliz y, ante las constantes infidelidades de D’Annunzio, se acaban separando amistosamente. En 1889 publica su primera novela, Il Piacere. El estilo es revolucionario. El éxito, abrumador. Rompe con el estilo naturalista y positivista, dando nacimiento al decadentismo, un nuevo movimiento encarnado por el personaje principal de la novela Andrea Sperelli, cuyos orígenes familiares, su hedonismo y esteticismo recuerdan al del propio autor, que se convierte en una estrella más allá de los círculos intelectuales romanos.
En 1891 se va a vivir a Nápoles, donde no tarda en hacerse amante de Maria Gravina Cruyllas di Ramacca, esposa del conde de Anguissola, una de las familias italianas de más rancio abolengo. La situación se complica cuando el conde sorprende a la pareja en “flagrante delito” de adulterio, por lo que los denuncia y son condenados a cinco meses de cárcel, siendo salvados en última instancia por un indulto real. De esa relación nacerá Renata en 1893, la hija predilecta del Vate. Tras el nacimiento de su hija, marcha a Florencia. Este último periodo será su culminación como uno de los grandes escritores italianos de la historia, destacando tanto en su producción poética, como en prosa y en sus obras de teatro, que le llevarán a conocer a la arrolladora actriz Eleonora Duse que se convertirá en el gran amor de su vida.
En 1897, entra en política, cambiando numerosas veces de partido y, habitualmente, alineándose con las decisiones más polémicas. Pero su lujosa vida de despilfarro le ha hecho contraer bastas deudas que ni sus opulentos ingresos como escritor de éxito son capaces de sufragar. Así que toma la drástica decisión de abandonar Italia (bueno, a sus acreedores), yéndose a vivir a París, donde es recibido como una gran celebridad y donde podrá continuar su vida de lujo, hedonismo y la adquisición de nuevas deudas, además de cultivar una intensa amistad con destacados artistas franceses, como Claude Debussy.
El militarismo de D’Annunzio
En 1915, regresa a Italia y cuando el país alpino entra en la Primera Guerra Mundial, se alista voluntario al Regimiento Lancieri di Novara. En agosto de aquel año, obtiene la licencia de piloto observador y empieza a realizar vuelos en misiones de combate. Sus experiencias en combate las plasmará en su novela Notturno, publicada en 1921, gracias sobre todo a la ayuda de su abnegada hija Renata, que no se separará de él ni un minuto, especialmente cuando en 1916, el Vate sufre una herida de guerra que le provocará la pérdida de visión en un ojo, aunque no por ello dejará de volar en las misiones más peligrosas, en contra del consejo de sus médicos y del sentido común. En marzo de 1918, se le otorga el grado de comandante y el mando de la escuadra aérea San Marco y, en agosto de aquel mismo año, el 87.º Escuadrón, conocido como Serenísima. Fue con esta unidad con la que realizó el audaz vuelo sobre la ciudad de Viena sobre la que arrojó centenares de folletos de propaganda. Al terminar la guerra, D’Annunzio recibió las más altas condecoraciones al valor del Ejército italiano, como la Orden Militar de Saboya o la Cruz al Valor Militar en categoría de Oro, además de la Legión de Honor y la Cruz de Guerra francesas o la británica Cruz Militar.
En 1919 tiene lugar el que probablemente sea el momento de su carrera política: la Empresa de Fiume. Hoy nos puede parecer una increíble locura, pero cualquier cosa podía pasar en aquella Europa de entreguerras. Todo había empezado al principio de la Primera Guerra Mundial, cuando las potencias occidentales (Gran Bretaña y Francia) le habían prometido a Italia quedarse con parte de los territorios del Imperio austro-húngaro si se unía a su alianza en la guerra. Los italianos accedieron a las pretensiones de sus nuevos aliados y atacaron al decadente imperio de la Europa central. Finalizada la guerra, Italia recibió su recompensa, aunque entre los nuevos territorios incorporados a la Corona italiana no se encontraba la ansiada ciudad de Fiume (hoy en día, Rijeka, en Croacia), donde la mayoría de la población era de origen italiano.
D’Annunzio, indignado porque sentía que la victoria italiana había sido mutilada, reclutó a unos centenares de irredentos militares a cuál más patriota y se dirigieron hacia Fiume, donde hizo entrada triunfal el 12 de septiembre de 1919, con su mítico Fiat T4 que aún se conserva en Il Vittoriale. Allí tuvo lugar una surte de experimento protofascista, conocido como la Regencia de Carnaro, llegándose a crear una constitución realmente revolucionaria para la época y que, en algunos puntos, estaba más cerca de la Unión Soviética de la que lo estaría del Estado fascista.
Aquella constitución daba un amplio abanico de libertades: de prensa, de religión, divorcio… Y fue un imán para centenares de europeos que deseaban la libertad. También lo visitó Mussolini, que por aquel entonces apenas no tenía seguidores y que se empapó de la atractiva estética que D’Annunzio había implantado en su pequeño reino: camisas negras, saludos a la romana y los fundamentos de una ideología que más adelante explotaría en Italia para convertirla en una de las potencias totalitarias. Pero el Estado Libre de Fiume incomodaba a poderosos enemigos: tanto a Yugoslavia como a la propia Italia. D’Annunzio era un mal ejemplo y su pequeño reino, también. Así que, quince meses después de su creación, el ejército italiano envió a un contingente de tropas que, tras un intenso bombardeo, convencieron al Vate y a sus seguidores para terminar con su estimulante experimento.
Los últimos años del Vate
Aquello supuso el inicio del fin de D’Annunzio, al menos como figura pública. Humillado, se vio obligado a regresar a Italia. No tardaría en encargarle a Maroni la construcción de Il Vittoriale. El Vate se descubre casi sesentón, calvo, tuerto, de corta estatura, decadente. Aquel incansable hedonista, mujeriego y carismático líder se estaba convirtiendo en un anciano a marchas forzadas, carcomido por sus muchas adicciones, en especial a la cocaína. Y hablando de marchas, D’Annunzio mostró una cierta indiferencia ante la que llevó a cabo Mussolini en octubre de 1922 y que lo encumbraría al poder.
El Vate y el Duce no tendrán una relación fácil. En el mismo año, el Vate sufre un misterioso accidente, al caer por una ventana. Incidente del que sale malherido y del que nunca se llega a esclarecer lo ocurrido, aunque hay fundadas sospechas que fue un intento de Mussolini para acallar al indómito escritor, quien se negaba a formar parte de las directrices del Duce. D’Annunzio acabó encerrándose en el fastuoso mausoleo construido a su mayor gloria donde dará rienda suelta a su lujuria, al consumo de cocaína y, cada mañana, a megalómanos discursos ante los habitantes de su palacio, gran parte de ellos sirvientes, todos ellos entusiastas seguidores del Vate, generosamente financiado por el gobierno italiano. En 1924, el rey Víctor Manuel III le concedió el título de Príncipe de Montenevoso y en 1927 fue nombrado presidente de la Real Academia de Italia. Al año siguiente, falleció de un ataque al corazón, recibiendo unos funerales de Estado presididos por el propio Duce.
Entre su obra poética, a parte de la citada Alcyone, también cabe destacar su trilogía los laudi: Laudes del cielo, del mar, de la tierra y de los héroes. En cuanto a las obras en prosa, a parte de El placer y Notturno, no podemos dejar de citar El inocente, El triunfo de la muerte o Las vírgenes de las rocas (1895). No menos importante es su producción teatral, entre la que destacaremos El martirio de San Sebastián, Francesca da Rimini o La ciudad muerta, que probablemente sea la más importante de todas. Una extraordinaria obra literaria que se ha visto empañada por la escandalosa vida de su autor, siempre envuelto en polémicas, esclavo de sus adicciones y padre espiritual de un movimiento político que envolvería al mundo en una de sus nubes más oscuras.
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